domingo, 28 de marzo de 2010

Queeeeeeé!?


Dicen que necesitamos más dinero para educación. Más libros, más maestros, más aulas, más escuelas. Necesitamos más exámenes para los niños y probablemente dirán que ya intentamos todo eso. Igualmente los niños no pasan los exámenes. No se preocupen por eso, dicen, vamos a bajar la dificultad y eso es lo que hacen en muchas escuelas; bajan la dificultad para que más niños puedan pasar. Más niños pasan, mejor se ve la escuela y todos felices. Y el coeficiente intelectual del país cae dos o tres puntos. Y pronto, lo único que necesitarás para entrar es un puto lápiz. Luego, todos se preguntan por qué otros países gradúan más científicos que nosotros. Educación, educación! Los políticos conocen esa palabra y la usan contra nosotros. Tradicionalmente los políticos se han escondido detrás de tres cosas; La Bandera, La Biblia y Los Niños. "ningún niño será olvidado". Oh, sí.

Pero hay una razón para esto, una razón por la cual la educación apesta, y es la razón por la cual jamás se arreglará. Nunca se pondrá mejor. No busquen arreglarla porque jamás lo podrán hacer. Sean felices con lo que tienen, porque los dueños de este país quieren eso. Que sean felices con lo poco y nada que tienen. Hablo, directamente, de los verdaderos dueños. Los que toman las decisiones y controlan este país. Los de apellidos con dos eres, los de grupos económicos demasiado acomodados. Los dueños de todo el lugar. Olvídense de los políticos por ahora. Ellos son puestos ahí para darte la sensación de que tienes libertad de elegir. Y eso es lo que crees. Pero no la tienes. No tienes elección, tienes dueños. Son tus dueños, los dueños de todos. Son los dueños de las tierras importantes, controlan las corporaciones, los medios de comunicación, las grandes tiendas, las empresas de transportes, aerolíneas, la bolsa, las carreteras, equipos de futbol, farmacias, empresas constructoras, de servicios básicos. Hace tiempo compraron y pagaron por el Senado, el Congreso, las legislaturas, los municipios, todo. Tienen a los jueces en sus bolsillos traseros y son dueños de los grandes medios. Así pueden controlar toda la información que recibes.


Nos tienen de las pelotas. Gastan billones de dólares cada año haciendo lobby para conseguir lo que quieren; más para ellos y menos para todos los demás. No quieren una población de ciudadanos capaces de pensar críticamente. No quieren gente informada, educada y de pensamiento crítico. No están interesados en eso, porque eso no les ayuda, pues va contra sus intereses. Así es; no quieren personas suficientemente listas como para sentarse y pensar como están siendo engañados por un sistema que los tiró por la borda hace más de treinta años. Lo único que quieren es Trabajadores obedientes. Obreros obedientes. Personas que sean lo suficientemente inteligentes para operar las máquinas y hacer el trabajo administrativo y lo suficientemente estúpidas para aceptar pasivamente todo ese aumento de trabajos de mierda, con mala paga, más horas, reducción de beneficios, el fin del pago de las horas extras. Te lavan el cerebro haciéndote creer que quizás lo harán bien, dándote un bono Marzo. Dinero que ahora más que nunca te sirve, por supuesto, y que ahora ves con tan buenos ojos. Pero luego te lo quitarán, quieren el dinero de tu jubilación. Lo quieren de vuelta para dárselos a sus malditos amigos criminales de Wall Street y de sociedades constructoras de edificios que se caen con un terremoto.

Pero saben algo, algún día lo tendrán. Lo tendrán todo. Porque son los malditos dueños del lugar. Es un Gran Club. Y tu ni yo estamos en el. Es el mismo Gran Club que usan para machacarte la cabeza todo el día cuando te dicen en que debes creer, en que pensar y que comprar. La mesa ha sido inclinada, el juego está arreglado y nadie parece darse cuenta. A nadie parece importarle. Y peor aún, las buenas personas, trabajadoras y honestas, oficinistas, obreros, no importa qué color de camiseta tenga, las buenas personas, de vidas modestas, humildes, que apenas alcanzan a llegar a fin de mes, con la miseria de sueldo que consiguen trabajando catorce horas diarias. Esas buenas personas, con el cerebro lavado continúan eligiendo a estos adinerados chupa-penes a los que no les importas en lo más mínimo, no les importas un carajo. No se preocupan por ti, para nada, para nada, para nada. Pero a nadie parece importarle. Ese es el hecho de que nosotros probablemente continuemos obstinadamente ignorantes y pasados a llevar eternamente. Es hora de hacer algo, no creen?

jueves, 18 de marzo de 2010

Posta Central


Basado en un hecho casi real

Juan Navarro Peña, octogenario campesino oriundo de la ciudad de Teno, accidentado con un bloque de adobe que cayó sobre su pie causándole una fractura expuesta, el día del terremoto, trasladado de Curicó hasta San Fernando y finalmente al box de Traumatología de la Posta Central, jamás imaginó que se juntaría allí con Juan Peña Navarro, maipucino anciano, afectado de fibrosis quística y osteoporosis, que la noche anterior sufrió una fractura en su cadera producto de lo frágil de sus huesos. Antes que ellos, en el mismo box, Rodrigo Lemal, citadino joven de casi treinta años, accidentado semanas antes, con dos fracturas en su brazo derecho, esperaba por atención, quejándose del fuerte dolor que le provocaba el yeso que tenía puesto. Ambos ancianos, los enfermeros y doctores, incluso el mismo joven no sabían lo que esa noche les tenía preparado.

Teno había quedado destrozado, nada en pie. Los más de ocho grados del terremoto habían sido implacables. Juan Navarro Peña tuvo una sola convicción pasadas las tres y media de la madrugada de aquel trágico día; "aquí me muero", pensó. Recordó que veinticinco años antes, otro terremoto le había despojado de su lado a la mujer con la que cumpliría en esos días, más de medio siglo de casados. Todo se desplomó en cuestión de minutos. Solo y como pudo trató de resistir en su casa, resguardando solamente lo esencial. Perdí todo, se lamentaba, mientras su pierda castigada por un bloque de adobe sangraba sin parar. Las gallinas, la cosecha de papas, las lechugas, su casa, sus recuerdos, sus hijos, su mujer, su fé, todo estaba perdido.

Producto de un cáncer a la próstata, el anciano del sector poniente de la capital, Juan Peña Navarro, quedó inmovilizado desde la cintura hasta la punta de sus pies hacía ya varios años. Dependía exclusivamente, para todo, de la única hija que se quedó con él para cuidarlo. No sentía ningún dolor. El tampoco.

martes, 9 de marzo de 2010

Lo que no puedes controlar


Nunca puedes cuantificar exactamente la magnitud de una catástrofe, porque es bien sabido que debes estar en los zapatos de quien sufre para determinarlo. Nunca esperas tampoco que algo te afecte a ti, o a los tuyos. Siempre quieres dominarlo todo. (Hablaré desde mi tribuna). Siempre quiero dominarlo todo.
El mismo día del terremoto fui a un matrimonio a Calera de Tango. Pensé hasta el último momento que lo darían por suspendido, dada la magnitud de los acontecimientos. El cura jesuita que ofició la ceremonia, en el mismo salón de eventos, pues la Iglesia donde estaba contemplado hacerla se desplomó, dijo una frase que me ha seguido hasta hoy; "Hay cosas que no podemos controlar", y creo que tiene toda la razón, a pesar de que siempre quiero hacer lo contrario. En fin, por sobre todas mis expectativas, reconozco qué lo pasé muy bien.

Ayer estuve casi ocho horas en un posta de la capital, tendido en una camilla, esperando por atención. Comprendí en ese momento las palabras del cura. Tengo dos fracturas en mi mano diestra, un trauma encéfalo craniano cerrado, muy leve, un yeso que me incomoda para todo; para dormir, para comer, para asearme y lo único que quiero es quitármelo, por la sencilla y absurda razón de querer controlar mis actos, y no verme limitado ante situaciones tan sencillas como las que ya mencioné.

Fueron casi ocho horas eternas, y claro, pudo haber sido menos, pero mi resguardo médico no daba para otra atención que no fuera la pública. No pagué ni un peso. Solo pagué en tiempo. A mi lado, en el box de atención, un reo de la cárcel Colina Uno lloraba angustiado, derivado desde el hospital penal por un desangramiento que lo tenía al borde de la muerte. Los gendarmes que lo acompañaban hablaban de cómo resistieron el terremoto, de cómo les gustaba trasladar reos a centros hospitalarios, para ver "enfermeras ricas" y de cuanto habían gastado cada uno en sus celulares de última generación. Yo, tratando de orinar en una especie de jarra plástica, por todo el líquido que me metieron en la sangre, sumamente menoscabado, simplemente escuchaba con atención.
Mi regocijo mayor, fue al salir, y no solo porque ya estaba hastiado en la camilla, sino más bien por ver a todos los que me esperaban afuera; los representantes de cada uno de mis seres cercanos y queridos que frecuento. Estaba parte de mi familia, de mis amigos, y de mis dos lugares de trabajo, verlos a todos reunidos fue gratificante, mucho más incluso que poder orinar bien después de tanto rato.

El novio de aquel matrimonio al que fui, decía algo que también recuerdo muy bien; "tenía todo programado, hasta las 3:34 am, ahí volví a ser yo". A eso del mediodía de ayer volví a la calma de golpe, no militar, sino de golpe al suelo. Venía de un ritmo muy acelerado, queriendo siempre controlarlo todo, trabajando y trabajando, sin vacaciones, pero una caída desde casi seis metros de altura en una escalera me frenó. El resultado ya está escrito, literalmente. Ahora, se supone que debería guardar reposo, y es lo que intento, soportando réplicas acostado en mi cama, en un décimo octavo piso de mi edificio, que por suerte no ha sufrido tanto como la Iglesia de Calera de Tango ni como el reo de Colina Uno.

Gracias a todos por estar ahí. Tanto física como emocionalmente. Los quiero mucho.